jueves, 21 de agosto de 2008

Jesús Bar-Abbas

"Cuando yo volvía para Bezeta, se acercó a mí un hombre muy conocido en Jerusalén, que era Jesús Bar-Abbas. Era una figura descarnada, torcida, arqueada, llena de cicatrices, inmunda, siempre riéndose, desharrapada. Era una especie de truhán de Jerusalén, con sus gracejos, sus farsas, sus dislocaciones: lo maltrataban, él se reía, extendía una punta de la túnica para aparar los dracmas. Se encontraba con su lámpara en todas las bodas, gritando en todos los entierros, con una piedra en todos los alborotos, en todos los suplicios con un cántaro de posca, para vendérselo a los soldados. Tenía todos los desastres de la miseria y el vicio, y era servil. Los soldados expedicionarios le pegaban, a veces lo prendían, pero el pueblo lo cubría con una protección avara. Estaba casado. Tenía una voz vibrante, fuerte para cantar los salmos, e imitaba a los profetas predicando. Olía miserablemente a ajo".
Eça de Queirós, José Maria. Cuentos completos. Siruela, Madrid, 2004. Pág. 41.