ESCUELA DE CAPITANES
El 'Saltillo' vive una segunda juventud entre jóvenes enamorados del mar
17.08.08 -
JULIÁN MÉNDEZ BILBAO El Correo
El puerto de Getaria rezuma un aroma salino y pesado. Su lámina de agua verde brilla bajo la luz del mediodía. En uno de los muelles, casi juntos, se yerguen tres mástiles de brillante madera barnizada. Uno pertenece al 'Acorn Grihsby', una réplica de un velero inglés del XIX que patronea un súbdito de Su Majestad: el hombre usa pantalones ya parduzcos por el sol, gasta poblada barba cana y fuma en pipa muy pausadamente. A su lado, amarrado al muelle pesquero, está el 'Saltillo', un ketch (dos palos) construido hace 76 años en Amsterdam y que sirve como buque escuela a los alumnos de Náutica de la Universidad del País Vasco. En la proa, sentados en la red armada bajo el bauprés, una pareja de tórtolos vestidos de azul marino se hacen arrumacos y carantoñas. La edad, el verano, el mar... tienen estas cosas.
El visitante se descalza para sentir el cálido piso de teka y pasea su vista por el conjunto de cabos, poleas, motones, maquinillas, cobres, palos y velas que convierten a este barco en algo único. Mikel Lejarza, el capitán del buque, ordena la maniobra para abandonar el puerto y los tripulantes, siete chicos y siete chicas, se aprestan a ocupar sus puestos. Todos los movimientos se hacen con calma, sin prisas, a lo que invita el aire de otro tiempo del velero y el espíritu reposado de sus tripulantes.
-«Todo a estribor, María», ordena Lejarza.
La timonel obedece.
Ganamos las azules y profundas aguas del Cantábrico. Lejarza ordena ahora el izado de la vela mayor, un trabajo de titanes que precisa de todas las manos. Se retira el pie de amigo, una especie de tijera de madera que ayuda a sostener la botavara sobre la cubierta, y el viejo chigre, con sus dientes metálicos y su sonido de carraca, ayuda a la tripulación a subir el trapo, que trepa asido a sus racas por el palo mayor. Un equipo iza la boca (la zona más próxima al palo) y otro, el pico.
-«¡Escota en banda! ¡Preparado trinquete y mesana!», grita Lejarza.
El velero inglés, con sus dos foques, su vela cangreja y su escandalosa, se sitúa a estribor. Su patrón remansa la vista en la hermosa estampa del 'Saltillo', ya con todas las velas largadas, y paladea su andar noble, el modo en que el tajamar hiende las aguas ultramarinas. Nosotros hacemos otro tanto. Se nombran las velas del inglés. Intercambiamos saludos. «¡¡¡Buena proa!!!»
Hay tiempo para charlar y para tratar de descubrir qué impulsa a estos chicos a dejar tierra, amores y hogar para labrarse un destino futuro en la Marina Mercante. Las respuestas son entusiásticas. Habla Gonzalo 'Tatín', proa en el velero 'Yemayay', hijo de un navegante aficionado, amante del mar desde crío y aprendiz de Simbad: «Me atrae ver mundo, recorrer países. Y estos días de crucero empiezas a vivir como marino: haces guardias, aprendes a convivir a bordo y lo básico de la navegación».
«Aquí conoces gente. Y esto te endurece, quitas los escrúpulos. No todo va a estar siempre del todo limpio», sonríe Mikel Arruabarrena, otro estudiante de Primero. ¿Y las chicas? ¿Por qué lo hacen? A popa, sentada entre un par de curricanes largados por si pica algún bonito, Natalia Odriozola Chéné suspira largamente... «el mar es mi vida; esto es lo que me gusta: la vela, el movimiento, navegar cuatro días seguidos como cuando fuimos a Brest, hacer cosas». Natalia es castreña, hija de un capitán de la Mercante, que, por esas cosas de las hijas, le llevó la contraria a su padre y estudió Biológicas. «Pero lo he dejado por el mar. Mi padre nos metió a todos esa pasión. De niños le acompañábamos en el quimiquero que mandaba. Con 14 años yo hice un Barcelona-Las Palmas-Agadir-Dakar, pasé 34 días a bordo y me gustó. Hoy las mujeres no somos unas extrañas en la Mercante», dice la amarradora del 'Saltillo'. «Me gustaría pasar unos años en petroleros o gaseros y, luego, dedicarme a Salvamento Marítimo», dice.
Guardias y literas
Los alumnos corren a la banda. Alguien ha divisado un pez luna acostado en la superficie, con su cara de alienígena y su silueta de hogaza. Al fondo, de vez en cuando, saltan atunes y otros peces que nadie acierta a identificar. La mañana pasa. Por estribor, en este viaje que nos lleva a Bermeo, asoman los acantilados de Zumaia, los caseríos de Deba y Mutriku, el puerto de Ondárroa, el capricho costero de Elantxobe, la mole del cabo Ogoño. Abajo, se afanan en preparar un arroz con pollo que, sabroso, comeremos más tarde en unos cuencos azules muy náuticos. Varios de los alumnos duermen en los camarotes, de apiñadas literas. Reponen fuerzas para cuando les toque entrar de guardia. La vida a bordo se rige por este rígido horario que divide el día en seis fragmentos de cuatro horas cada uno. «Aquí aprenden convivencia más que navegación. En estos días de roce continuo se lima cualquier carácter... o te lo liman», apunta Lejarza.
Los libros de Joseph Conrad, la saga náutica de Patrick O'Brian, las andanzas de Vito Dumas, Slocum, Moitessier, Ugarte y Basurko rondan las mentes de algunos navegantes. Pero aquí se prefiere la charleta con unas pastas de té, contemplar el horizonte sin prisas. Aquí se camina descalzo, o en chanclas, y las chicas muestran las uñas pintadas de brillantes colores: coral, rubí, azafrán... Santi Arranz, 45 años, estudiante de segundo de Navegación Marítima, es un caso singular. Violoncelista profesional y profesor de música, dice que se ha puesto a estudiar «porque me faltaban algunos conocimientos de ciencia». «Me gusta el mar, su gente, navegar, la historia... Sé que parezco fuera de lugar aquí, pero me da lo mismo. Quiero seguir moviéndome, activo», señala. Y este «culo inquieto» se lanza a hablar de las bondades de la Trigonometría Esférica y del Dibujo Técnico. Santi, que es chelo, haría buena pareja con 'Tatín', violín, para atacar 'La música nocturna de las calles de Madrid', de Bocherini, la pieza que suena al final de 'Master and Commander', pero me temo que ésa es empresa de románticos, de otro navío.
Amor por una máquina
María, la timonel escogida por su calma, se pone de nuevo a la rueda. Llegamos a Bermeo, que nos recibe con el saludo de la lamia Xixilu y con ese olor pesado de los puertos, mezcla de salitre, letrina y aceite. Raquel Sánchez, de 3º de Máquinas, llodiana y amante de «desmontar las cosas» y de llenarse las manos de grasa, confía que se enamoró de «la máquina de un barco escocés» que visitó. «Tengo muchas ganas de embarcarme», suspira. Ella es vocacional. María Martínez, no. Ella (20 años) empezó Arquitectura en Barcelona y lo dejó. «¿Futuro? Hace un año me veía haciendo mi casa. Ahora estoy aquí, navegando, al sol, conociendo el mar, que es lo que me gusta, mientras mis amigos están encerrados en una oficina. He navegado toda mi vida en vela ligera, pero esta carrera es un auténtico descubrimiento. ¿Trabajo? Quisiera estar un tiempo en la Mercante, pero aspiro a la tranquilidad que da trabajar en un Puerto», dice la bella María.
De los 350 alumnos matriculados en Náutica, apenas dos docenas se inscriben para navegar en el 'Saltillo'. «Vamos, que no hay tortas», sonríe Lejarza. La verdad es que los veteranos del barco son quienes hoy están enrolados en mercantes. Gabriel Alain Díaz, de Primero de Máquinas, para el motor. Los amarradores saltan a tierra y largan traveses y esprines. Silvia González (4º) anota los acaecimientos en el cuaderno de bitácora. Dos parejas muy maduras se acercan al barco, a husmear en esta escuela de capitanes. Pura juventud.