jueves, 23 de febrero de 2012

El periodismo en que creo

Escribe Ramón Lobo en su blog:
No creo en los textos muertos, planos, escritos desde el ego, desde la soberbia de quien no sabe ni le importa no saber en un mundo en el que la cultura parece un desafío. No creo en el periodismo que se escribe para las fuentes, para los jefes, para medrar, figurar y ganar premios; no creo en los periodistas que piensan que lo más importante de una guerra es que ellos han llegado a ella.
Solo creo en el periodismo que se escribe desde la humildad necesaria para que el lector, o el televidente, se informe mejor. Creo en el periodismo que recoge las voces de los que importan, de las víctimas, de los nadies. Creo en el periodismo de contextos, sea una guerra, una subida de impuestos o un edificio que se cae en tu ciudad. Creo en el periodismo que denuncia las voces y las manipulaciones publicitarias de los cobardes, de los que blablabean para salir en portada con decires vacuos, los que diplomatean para no dar la cara, para no arriesgarse.
Marie Colvin era una reportera con la pasión necesaria para ejercer este trabajo desde la primera línea de la injusticia. Con ella se apaga un poco un tipo de periodismo en el que el texto, su calidad y veracidad eran sagradas. Hemos sustituido el comprobar-comprobar-comprobar por un  retuit de la muerte de Manu Leguineche, que afortunamente resultó ser tan falsa y precipitada como la de Mark Twain.
Colvin siempre defendió la necesidad de ir a las guerras, al corazón del hambre, a la esencial noticia, a donde se huele sin mascarilla. Sin esos ojos que vigilan, descubren y denuncian la barbarie invisible para la mayoría, los asesinos se sienten impunes; como en Srebrenica, Homs y Darfur, como en tantos sitios.
No leo los textos sin emoción, ese mecanismo literario que permite al lector sentarse junto al periodista, vivir con él, sufrir con él y con las personas que pueblan su historia. Necesito esa emoción para escribir, para defenderme de la grisura, de los decretos-ley, de los políticos que mienten, de las gobernadoras civiles que mandan apalear, de los policías que agreden a niños, de los ministros de (in)Cultura que en las pocas semanas que lleva en el cargo acumula tantas tonterías que al verle me acuerdo de Forrest Gump.
Este mundo necesita de personas como Marie Colvin, de periodistas inmensos como Juan Carlos Gumucio, que fue su marido, de Miguel Gil y Ricardo Ortega, de reporteros que no se pliegan, que defienden el fuerte, porque su responsabilidad última es el lector y su conciencia. Y eso no está en venta.

Se puede leer aquí.