Halagar al oyente
:: JOSÉ MARÍA ROMERA
Los manuales de periodismo prohibían recurrir al léxico coloquial para dar las noticias. Era un precepto básico de redacción que por lo visto ha perdido su vigencia. Ahora no es raro encontrar frases como «la comida que nos zampamos contiene mogollón de calorías» o «la vuelta al curro pone de los nervios a mucha gente», ambas oídas en espacios informativos de la radio. Una alegre laxitud verbal se ha adueñado no sólo de los micrófonos, sino también de los medios escritos. Las expresiones del lenguaje popular han salido de su ámbito natural para invadir con todo desparpajo otros terrenos de la comunicación. Pero el reino del coloquialismo es limitado. Depende de regiones, de grupos de edad, de culturas familiares. Como hay mil maneras de llamar a las cosas, todas ellas válidas en determinados grupos de hablantes, parece recomendable usar la más universal de todas para entenderse con la mayoría. Ese es el definitivo argumento del habla culta: la garantía de un punto de encuentro en medio de la babel de variantes que nos pueden llevar a confusión. Pero en contra de la utilidad práctica está la voluntad de ganarse al receptor, querencia que para muchos se ha convertido en imperativo absoluto. Hay que caer bien al oyente, ponerse a su altura, complacerle y si es preciso halagarle. De manera que los medios de comunicación, en vez de actuar como heraldos del idioma rico y correcto, se tornan espejos de la vulgaridad dominante. Su papel empieza a parecerse al de los malos maestros que emplean la jerga juvenil para ser admitidos por los estudiantes a quienes debería enseñar modos comunicativos más elaborados. Ah, la tentación de ser guay. Y lo que empieza como un intento tramposo de cautivar al receptor acaba empobreciendo al propio emisor. No es sólo que entre la forma culta y la vulgar se incline por la segunda; lo penoso, en la mayor parte de los casos, es que ya no conoce otra.
Publicado en Territorios.
jijijear
Hace 1 hora