11.10.09 -
Cada día, en la sobremesa, Mariano Rajoy se entrega a la ceremonia de encender el primer puro del día, una costumbre que ha estrenado hace tres semanas, cuando se impuso la obligación de dejar de fumar por las mañanas. Con su inveterada parsimonia, calienta la labor de tabaco, capa el veguero y lo enciende. Es un fumador experto y logra que el fuego viva durante horas. El líder del PP, como los puros que fuma desde hace cuatro décadas, es un político de combustión lenta, reacio a las decisiones rápidas y viscerales, pero de paciencia infinita y descomunal aguante. Estos rasgos hacen que sea implacable con sus adversarios y las personas que le incomodan. Van cayendo en el camino sin derramamiento de sangre.
El viernes estuvo a punto de alterar su trayectoria pacífica y tuvo que ejercer toda la presión que supo para que Francisco Camps obedeciera sus instrucciones y entregara la cabeza de su 'número dos' en el partido, Ricardo Costa. Incluso así, no llegó a perder las formas en ningún momento. Cuando cayó en la cuenta de que el presidente de la Generalitat mintió en el encuentro que mantuvieron en el parador de Alarcón la pasada semana, el líder del PP inició el acoso y derribo al barón valenciano. Empleó la táctica del intermediario y envió a Esteban González Pons como ejecutor. No fue suficiente y el propio Rajoy tuvo que recurrir a otros pesos pesados del partido para vencer la parálisis de Camps.
Costa se convierte así en uno más en la nómina de los caídos de Rajoy, que es larga y en la que figuran nombres como Gabriel Elorriaga, José María Michavila, Manuel Pizarro, Juan José Lucas o Rodrigo Rato y Mayor Oreja. Ninguno, sin embargo, podrá acusarle de haberle echado a patadas o de una mala palabra. Todos acaban por desistir o abandonar tras una lenta agonía, en medio de una gran indiferencia del jefe. Sus admiradores quedan fascinados por esta extraña habilidad. Sus detractores, en cambio, se rasgan las vestiduras por el precio que paga el partido por su aparente apatía.
En el PP las opiniones están divididas. Unos creen que mata sin dejar huella. «Es un asesino silencioso, un asesino en serie», dicen con asombro los más jóvenes del partido al ver caer, uno tras otro, a quienes pretenden poner piedras en su camino. «Sus víctimas no son tales, aunque parezca que las mata callando. Sucede que no tiene un auténtico equipo y sólo cuenta con personas en tránsito que, ocasionalmente, trabajan para él», es otra definición de amigos y detractores.
«Mariano es un señor discreto al que no le gustan los cotilleos. Escucha, toma nota y actúa, pero no es un líder de ordeno y mando». Este dibujo corresponde a uno de sus más fervientes admiradores, que también recuerda que el presidente del PP tiene una memoria de elefante. Quizá por eso, dicen que nunca perdona a sus adversarios.
Sin 'capillitas'
Que «Mariano no se casa con nadie» lo sabe todo el mundo porque no ha sido nunca amigo de 'capillitas', familias o corrientes, pero esta condición, que puede parecer una virtud, también es motivo de reproche pues a la larga es un grave inconveniente para quien debe liderar un partido en la oposición. Algunos dirigentes 'caídos' se quejan de que es incapaz de asumir compromisos con sus más cercanos colaboradores, lo que ha propiciado el abandono de muchos. Nunca da instrucciones claras y deja que la gente actúe a su aire y bajo su responsabilidad.
Ni siquiera en las reuniones de los famosos 'maitines' traza una pauta a seguir, aunque es especialista en desactivar conflictos, como demostró en numerosas ocasiones al servicio de Aznar. Facilitó pactos con los nacionalistas, puso la cara por el Gobierno en el desastre del 'Prestige' y sacó del apuro a Manuel Fraga cuando la dirección de la Xunta se rebeló contra Fernández Albor. Los dos políticos gallegos no congenian, pero Rajoy nunca ha dejado que se noten sus discrepancias con Fraga.
Precisamente, su personalidad política sin aristas, la ausencia de enemigos declarados y, sobre todo, la falta de un proyecto propio fueron los valores que hicieron de él el candidato perfecto, a los ojos de Aznar, para «heredar» el partido. Rajoy exhibió esas cualidades ante la junta directiva nacional que le habría de elegir candidato a La Moncloa en 2003. «Nunca he tenido un problema con nadie y si lo he tenido no me acuerdo», dijo.
Era verdad porque su aversión al conflicto le ha llevado siempre a orillar las broncas y los enfrentamientos personales. Aún se recuerda cuando, en plena polémica por el 'Prestige', envió a sus asesores a buscar el origen de un informe esgrimido por el socialista Jesús Caldera contra el Gobierno de Aznar (luego se sabría que era manipulado). Cuando el equipo regresó con las manos vacías, Rajoy le ordenó a un hombre de su confianza: «Dile a esos que son unos hijos de puta». Ni siquiera fue capaz de insultar cara a cara.